Una oreja para El Cid en el comienzo de la temporada taurina en la Maestranza
(Crónica de Fernando Gelán)
El Cid es el Cid y la diferencia, siempre es tremenda. Su toreo ajustado, artístico y vistoso fue lo mejor que se vio en el comienzo de la temporada taurina en la Real Maestranza. La terna del día de Pascua de Resurrección era tan atractiva que el lleno estaba asegurado. La Empresa Pagés puso el cartel de no hay billetes.
Enrique Ponce, El Cid y Talavante, con toros de Zalduendo. Un sueño para los forofos taurinos y para los que van a la plaza a vibrar con la Fiesta Nacional. Pero la corrida no fue completamente brillante. Las reses de Zalduendo decepcionaron de una forma tremenda. Cortísimos de fuerzas, mansurrones y sin casta. Fue toda una inesperada sorpresa, cuando se esperaban animales de rompe y rasga. Los toreros tuvieron que luchar contra unos marmolillos y desesperantes burracos. Los espadas siempre estuvieron muy por encima de los toros. Triste jornada que salvó la calidad del saltereño, que cortó una oreja en su primero y que se lució en su segundo, a base de sacar al morlaco algo más que lo que tenía en su cuerpo.
La tarde era brillante. Sol y ambiente, pero todo se fue enfriando desesperadamente. Plaza apretujada. Los tendidos y las gradas a revienta caldera. Los presagios eran especiales. La gente confía en Ponce; espera todo de El Cid y tenía esperanzas con Talavante. Pero las reses de Zalduendo acabaron con la paciencia de la afición, que se aburrió de lo lindo viendo que la lucha entre el hombre y el animal no tenía ni chicha ni limoná.
Ponce lo intento por todas las líneas toreras. Pero ni con el primero ni con el segundo. Los toros eran muy débiles y hasta mimándolos en varas quedaban cortitos de fuerza y sin sifón. Es decir, sin gas. El de Chiva expuso talento, pero donde no se puede hacer nada, no se hace nada. Prolongó las faenas en sus dos toros, pero poca salsa se podía sacar de unas reses que no respondían a la pelea que pedía el torero. Enrique Ponce escuchó algunos aplausos de los tendidos, como premio a su deseo de entrega y pundonor. Habrá que esperar al ciclo de la Feria.
El Cid supo sacar más provecho de los mansurrones de Zalduendo. El de Salteras, en su primero, animó a la parroquia con todo tipo de pases, entrega, dominio de la situación y toreando en ese sitio que domina de forma espléndida. Sonó la música para el torero, que mimando al morlaco llegó al final de la faena de la muleta para terminar con un fuerte estoconazo. Había alegría en los tendidos, porque El Cid sabe adornarse hasta cuando espera la muerte del animal. Una oreja merecida, pedida con insistencia, aunque el presidente se hizo un poco el remolón.
En el segundo de El Cid, el toro era más endeblito. Apenas recibió castigo en varas, pero la res no respondió totalmente a los deseos del torero sevillano. El Cid se entregó, se colocó ante los pitones del toro para templar y mandar, pero las mansa res no seguía el buen juego del de Salteras. Se esforzó Manuel Jesús para agradar a la parroquia, pero el duelo era bastante desigual, aunque El Cid quiso favorecer el paisaje con vistosos lances y valiente entrega. Otro zarpazo con la espada al hoyo de las agujas y, al menos, la gente agradeció a El Cid su enorme voluntad por arreglar una tarde aciaga en el material presentado por el ganadero.
Alejandro Talavante pasó sin pena ni gloria. Quizás tuvo el peor lote de Zalduendo, que ya es tener mala fortuna. Tuvo que matar a sus dos reses con pinchazos y descabellos. Abel Moreno, el gran compositor, había escrito un pasodoble dedicado al torero de Badajoz. Todo estaba preparado para que la Banda del Maestro Tejera lo interpretara cuando Talavante, en plena faena, ofreciera al respetable un toreo de soñada y mágica calidad, pero la pieza musical fue ejecutada en el breve descanso que hay entre toro y toro. La gente tomaba coñac. El ambiente se congeló.
Ha empezado la temporada y aún queda muchos festejos para que la afición taurina goce con el enorme y espectacular ciclo preparado por la Empresa Pagés.