5ª de Abono: Los toros de Cuadri no cuadraron y el tostón fue general en la Real Maestranza de Sevilla
Era el quinto festejo de abono de la temporada taurina. Eso que dicen que no hay quinto malo jamás se pudo aplicar en esta tediosa corrida que duró más de dos horas y media y que aburrió al mundo mundial. Los toros de Cuadri no cuadraron y aquello se desarrolló con mucha pena y sin gloria alguna, con unos toreros que se encontraron con unas reses que nunca dieron el juego deseado y admirado de otras tardes.
Se empeñaron en machacarles dos puyazos a cada toros, dejándolos que corrieran a lo largo para el encuentro con el picador y los toros de la divisa morada, amarilla y blanca pusieron de todos los colores a los toreros y a los aficionados.
Menos mal que, a veces, la Plaza de la Maestranza se convierte en algo así como un patio particular. Se oye al espectador de al lado concertar una entrevista de trabajo por el móvil y a la señora que nos mete la rodilla por la espalda hablar también por el teléfono portátil con una amiga a la que le dice que está en los toros y lo está pasando de cine, para darle envidia.
Vaya corridita la quinta de la temporada de abono. Sólo faltaba que en el tendido donde apretaba fuerte el sol apareciera el niño de los garbanzos de Gandía, diciendo: "Papá, que voy a largar".
Interés, interés, pusieron los tres espadas.
Fernández Pineda, en el primero, se exhibió con posturistas ante un morlaco que no le hacía ni el menor caso. Contra más naturalidad le quería dar a la faena el torero de La Puebla , mas quieto y más cara de tonto ponía la res de Cuadri. Era lógico que sonara el primer aviso -y el que avisa no es traidor, que diría Benito Fernández en ABC-.., porque aquella se alargaba sin medida alguna.
Luego llego Serafín Marín con el mismo tono. Otros dos puyazos, colocando pesadamente al toro descuadrado desde lejos. La res se quedaba más quieta que el armario de mi dormitorio. Poco pudo hacer el de Montcada i Reixac -que está en Barcelona--, ante el negro mulato de nombre Gitano. Ni la buenaventura le pudo hacer el macizo negro mulato Al menos se alivió con la espada y no recibió en esta suerte ningún recado de la presidencia.
Había expectación por ver a Manuel Escribano en el coso del Baratillo. Se fue a portagayola y recibió con valentía al Noruego, que era el nombre del negro zaino que le había tocado en suerte.
El del pueblo de Gerena hizo que sonara la música en la Maestranza al tomar las banderillas para cubrir él solito este tercio. Escribano lo hace bien. Es artista. Tiene formas. Brillo en los dos pares últimos, subiéndose primero en los estribos de la barrera y sentándose en el filo blanco con los dos blancos rehiletes hacia arriba y clavar las finas puntas de lanzas al morlaco en el encuentro. Escribano animó algo el aburrido mal son de la tarde. Con la muleta, el de Gerena cumplió, pero sin mucha chispa y con muchas pausas para que aquello tuviera emociones continuadas.
Volvió Pineda en el cuarto de la tarde. Un toro más y dos avisos.
En el quinto, Serafín Marín quiso sacar provecho del Cuadri más redondo, pero alargó tanto su actuación que terminó escuchando un nuevo aviso. Se acumulaban los recaditos de Murillo, que no eran las del pintor precisamente.
El epílogo de la desairada tarde taurina fue para Manuel Escribano. Volvió a coger las banderillas. Al menos, con el toro en la plaza, se pudieron escuchar cortitos pasodobles por la Banda del Maestro Tejera, que había realizado poco gasto musical en esta tarde tan horrorosa. En un par al quiebro del de Gerena, la gente se asustó y se levantó creyendo que aquello era un mal sueño. La tarde de pesadillas fue paliada en parte por los buenos pares de Escribano en el tercio de las banderillas.
Tampoco pudo hacer faena vistosa en la última suerte con último mal toro. Todas las reses salieron con muchos kilos. Se movían menos que la replica de la veleta de la Giralda , Santa Juana, que está delante de la Puerta del Príncipe, pero de la Santa y Patriarcal Catedral de Sevilla.
El Escribano de Gerena se libró del borrón poniendo voluntad y por haber dejado grabadas en las retinas de los espectadores su valentía al recibir a los dos toros a portagayola y sus airosos movimientos para colocar hábilmente las banderillas.
Nadie salió de la plaza sevillana dando pases. Más bien dándole puntapiés a los múltiples papelotes que se reparten a la hora de la entrada al coso del Baratillo y que luego aparecen tirados por el piso que rodea el edificio maestrante.
Menos mal que aún queda tela.
Fernando Gelán