Salvador Cortés, solo ante seis toros, cortó cuatro orejas en el cierre de la temporada y salió por la Puerta Grande
Era una complicada apuesta. Salvador Cortés solo ante seis toros en la corrida del 12 de octubre, más toda la carga de problemas ajenos a la lucha del hombre y el toro en la plaza. La Maestranza, brillando con sol de otoño, se cubrió a la mitad. Los que no fueron al coso del Baratillo se perdieron todo lo bueno y glorioso que se desarrolló sobre el albero de la plaza sevillana.
Salvador Cortés estaba dispuesto a pelear bravamente y con arte frente a los seis morlacos -cuatro de Gerardo Ortega y dos de Parladé--, porque se había mentalizado para triunfar en una tarde con tradiciones muy toreras.
En el primero, con "Ruiseñor", ya dejó constancia Cortés de sus ambiciones. Cuidó al toro y llegó a la muleta con buen son para desarrollar con arte algunos adornos y buenos muletazos. Sonó la música. Había ambiente. Mató de una estocada traserilla y se pidió la oreja. Pero Gabriel Fernández, presidente gubernativo, dejó que las mulillas se llevaron al toro al matadero.
"Tontuno" era de Parladé. Poca fuerza para ser un toro de 549 kilos. Pero el negro mulato sirvió al torero de Mairena del Aljarafe para ajustarse las taleguillas y comenzar su tarde de gloria. Verónicas con el capote con lentitud ajustada y florituras con arte con la franela roja. Alboroto general por los naturales dormidos ante la cara del cornúpeta. Cortés daba el paso adelante, con arte, con entrega y con torería a la sevillana. Pinchó a la primera y remató con una estocada fulminante. Llegó justamente la primera oreja de la tarde, aunque el presi tardara en mostrar el pañuelo. Primera vuelta triunfal del maestro de Mairena por el ruedo maestrante.
El tercer toro, "Aldeano", segundo de Gerardo Ortega, con 505 kilos, no respondió al reclamo torero de Salvador Cortés. La res estaba como distraída. Intento el de Mairena todos los recursos, pero tuvo que matar rápido porque la mansedumbre del morlaco era evidente. Había brindado a Eduardo Canorea, pero Cortés no pudo hacer nada, cuando el toro había presentado tantas dificultades para una buena lidia. Pasaporte para el toro con media estocada y aplausos del respetable.
Llegó el cuarto. Otro Parladé. "Brindador" tampoco fue fino para el toreo de Cortés. Resultó una res indomable. Ni por arriba ni por la derecha ni por la izquierda. El maestro hizo todo cuanto pudo para que la tarde no se fuera viniendo abajo. Pero el morlaco era un petardo. Con un bajonazo mató a este saborío paquete. Saludó desde el tercio, atendiendo a los aplausos de aliento que le enviaban desde los tendidos por la entrega y la voluntad.
Pero no hubo quinto malo. "Clavellino", un negro burraco, fue el toro de la gran tarde para Cortés.
Sabía el torero que ya estaba en la recta final de esta tarde de oportunidades y había que arriesgar con todas sus consecuencias. Recibió a la res a portagayola. Y puso el tendido a revienta calderas. Sobre todo, cuando ya en pie, le dio una tanda de revoleras con el capote, que los olés se oyeron hasta en lo más alto del Aljarafe.
Cortés vio la cosa tan clara que pidió permiso a la presidencia para usar las banderillas. Colocó buenos pares, con ortodoxia. Hasta quiso hacerlo con riesgo y arte citando al toro desde el estribo del burladero. La música ponía, además, los vellos de punta.
Brindó la muerte de este toro a la Duquesa de Alba, sentada en un palco junto a la Puerta del Príncipe. Y Cortés continuó con la gesta. El negro burraco respondió siempre a todas las citas del torero. Naturales y derechazos. Adornos y trincherillas. Muletazos largos. Los tendidos echaban humo, Palmas por sevillanas para el maestro de Mairena. Se fijó en el albero, marcó los tiempos y colocó en el hoyo de las agujas y acertadamente la espada. Tizona fulminante de Cortés. Música, alboroto, éxtasi y apoteosis. Genio y figura. Dos orejas, con suspense. Gabriel Fernández también tardó en sacar la prenda de los trofeos. Y dos orejas.
Buscaba ansioso la salida por la Puerta del Príncipe. El mejor cierre de la temporada de la Maestranza. Emocionado, Cortés se sentó en el estribo de la barrera y lloró de alegría. Zamarreón profundo por todo el cuerpo del gran torero.
El sexto toro fue la dulce guinda de la tarde torera. "Relatador" también era de Ortega. Los tendidos ya estaban satisfechos y reconfortados, recordando esa faena al quinto de la tarde, de sueños y de glorias. Cortés estaba en forma. Había revolucionado esta parte final de su corrida en solitario y se encontraba a gusto, con facultades. No se vino abajo porque ya estaba todo atado y bien atado. Siguió su buena línea. Volvió a desplegar el capote ante la puerta de los chiqueros. Nuevo recibimiento a portagayola. Capote abierto y rodillas clavadas en el amarillo albero.
Cortés mantuvo la cima de su actuación con verónicas ajustadas y a cámara lenta. También con la muleta volvió a demostrar su sabiduría y extendió sus finas esencias. Remató bien la faena. No se durmió en los laureles y volvió a ganar. Una oreja más. Cuatro en una tarde que obligó a muchos a restregarse los ojos. Puerta del Príncipe. Tejera poniendo fondo musical a la historia del arte expuesta por Salvador Cortés.
Paseo triunfal a hombros por el redondel de la plaza y salida por ese atrio tan torero que abre el glorioso camino de la Puerta Grande de la Maestranza de Sevilla.
Fernando Gelán